Tras los pasos de Machado en Soria: una ruta de versos y piedra

Tras los pasos de Machado en Soria: una ruta de versos y piedra

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“Soria, la del viento redondo / con nieve menuda que siempre nos da en la cara… Soria pura.”

| Hay ciudades que son un poema

Sus calles y plazas, los versos. Sus piedras, la métrica del tiempo. Soria es una de ellas. Aquí, la vida se camina como se recita un poema, con un silencio que escucha y una luz que parece escrita en rima.

Antonio Machado llegó a esta ciudad en 1907 para dar clases en su instituto, pero lo que encontró fue mucho más que un destino laboral: encontró un paisaje del alma. El Duero, los pinares, los cielos de invierno y la sobriedad castellana lo acompañaron en sus días, y en ellos escribió algunas de sus páginas más hondas y eternas.

Caminar hoy por Soria es escuchar sus palabras aún latiendo entre los muros, en las campanas de sus iglesias, en el rumor del río que nunca se detiene. Soria no solo inspiró a Machado, lo transformó. Aquí conoció el amor, aquí sufrió la pérdida, aquí encontró la voz que lo convirtió en uno de los grandes poetas de la lengua.

Esta ruta no es solo un recorrido turístico, es una invitación a leer la ciudad con los ojos de Machado. A sentir que cada esquina conserva su huella, que cada plaza respira su nostalgia.
Ven conmigo a recorrerla: piedra, palabra y memoria, donde la poesía sigue viva.

Tras los pasos de Machado en Soria: una ruta de versos y piedra

| Ruta Machadiana en Soria:

Antigua Estación de San Francisco

Machado llegó a Soria en tren, a la ya desaparecida estación de San Francisco. Hoy, en ese lugar, la escultura del Viajero recuerda la llegada de aquel joven poeta.
Imagina el traqueteo de los vagones y el primer contacto con una ciudad desconocida. Aquí comenzó todo.

👉 Consejo: empieza tu ruta aquí para entrar en la misma Soria que vio Machado por primera vez.

Tras los pasos de Machado en Soria: una ruta de versos y piedra
Esta obra, cumple la doble función de recordar el desembarco del poeta universal en la ciudad y su llegada a la que fuera la antigua estación de San Francisco 

Instituto Antonio Machado

Antiguo convento jesuita del siglo XVII, fue su lugar de trabajo. Entre pupitres y pizarras enseñaba francés mientras sus versos maduraban.
Aún se conserva su aula, y en la fachada se alza una escultura en su honor.

Tras los pasos de Machado en Soria: una ruta de versos y piedra
Instituto Antonio Machado, Soria
“La tarde caía / triste y polvorienta…”
Tras los pasos de Machado en Soria: una ruta de versos y piedra

Iglesia de Santo Domingo

Machado y Leonor asistían a misa en este templo románico, una joya del siglo XII.
Sus capiteles narran historias bíblicas, mientras la fachada parece un libro de piedra abierto al cielo.

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La Pensión – Calle Estudios

Aquí vivió Machado al llegar a Soria, en una pensión sencilla donde conoció a Leonor, el gran amor de su vida. Una placa lo recuerda.
Entre esas paredes nació una historia que marcó para siempre su poesía.

Tras los pasos de Machado en Soria: una ruta de versos y piedra

Círculo Amistad Numancia – Casa de los Poetas

El lugar de tertulias, cafés y lecturas. Hoy es un espacio cultural que guarda la memoria de Machado y otros poetas como Bécquer.
Allí, entre humo y discusiones literarias, se gestaban versos y amistades.

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Iglesia de La Mayor

Aquí se casaron Antonio Machado y Leonor el 30 de julio de 1909.
Una escultura en el exterior recuerda aquel momento, con la silla vacía del poeta como símbolo de ausencia.

“¡Soria fría, Soria pura!”
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Palacio de la Audiencia

En plena Plaza Mayor, el reloj de este palacio inspiró uno de sus versos más conocidos:

“¡Soria fría! La campana / de la Audiencia da la una.”

Un instante detenido en el tiempo que aún resuena al pasar por la plaza.

Tras los pasos de Machado en Soria: una ruta de versos y piedra

Ermita de San Saturio

Uno de los paseos más bellos de Soria: junto al Duero, entre chopos que todavía guardan iniciales de enamorados.
Machado escribió aquí algunos de sus versos más conocidos:

“Estos chopos del río que acompañan / con el sonido de sus hojas secas…”

La ermita, incrustada en la roca, es pura espiritualidad natural.

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Iglesia del Espino

En su atrio reposa Leonor, la esposa del poeta. Junto a la iglesia se alza el famoso Olmo seco, que inspiró su poema más universal:

“Al olmo viejo, hendido por el rayo…”

Un lugar cargado de emoción y símbolo de su dolor más íntimo.

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El Castillo – Parque del Castillo

En lo alto de la ciudad, los restos del castillo dominan el Duero.
Machado lo cantó con melancolía:

“Con su castillo guerrero / arruinado sobre el Duero…”

Desde aquí, las vistas de Soria son sobrecogedoras.

Tras los pasos de Machado en Soria: una ruta de versos y piedra

Ermita de El Mirón

Último punto del recorrido. Machado paseaba aquí con Leonor en sus días finales.
Una escultura evoca esa escena: él empujando su silla, ella mirando la ciudad.

Tras los pasos de Machado en Soria: una ruta de versos y piedra

Un lugar de despedida, donde la esperanza se mezcla con la memoria.

Tras los pasos de Machado en Soria: una ruta de versos y piedra

| A ORILLAS DEL DUERO

 «¡Primavera soriana, primavera humilde, como el sueño de un bendito, de un pobre caminante que durmiera de cansancio en un páramo infinito!». 

Soria, patria de versos

Seguir los pasos de Machado en Soria no es solo una ruta literaria. Es entrar en el alma de un hombre que convirtió el dolor en poesía y la belleza en eternidad.
Soria lo acogió y él la devolvió al mundo convertida en verso.

“Soria fría, Soria pura / cabeza de Extremadura…”

Y al terminar, uno siente que Machado sigue caminando entre nosotros, invisible, por estas calles de piedra y viento.

Los mejores poemas de Antonio Machado 

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Tras los pasos de Machado en Soria: una ruta de versos y piedra
Proverbios y cantares (XXIX)

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Anoche cuando dormía

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.

Di, ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
de donde nunca bebí?

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;

y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas
blanca cera y dulce miel.

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.

Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.

Yo voy soñando caminos

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…

¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero…
—La tarde cayendo está—.

“En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón”.

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;
y el camino se serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
“Aguda espina dorada,
quién te volviera a sentir
en el corazón clavada”.

He andado muchos caminos

He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.

En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,

y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.

Mala gente que camina
y va apestando la tierra…

Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.

Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan a dónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,

y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.

Orillas del Duero

Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.
Girando en torno a la torre y al caserón solitario,
ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,
de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.
Es una tibia mañana.
El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

Pasados los verdes pinos,
casi azules, primavera
se ve brotar en los finos
chopos de la carretera
y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
El campo parece, más que joven, adolescente.

Entre las hierbas, alguna humilde flor ha nacido,
azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,
y mística primavera!

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,
espuma de la montaña
ante la azul lejanía;
sol del día, claro día!
¡Hermosa tierra de España!

La saeta

Dijo una voz popular:
«Quién me presta una escalera
para subir al madero
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?»

Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos
siempre con sangre en las manos
siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz.

Cantar de la tierra mía
que echa flores
al Jesús de la agonía
y es la fe de mis mayores
!Oh, no eres tú mi cantar
no puedo cantar, ni quiero
a este Jesús del madero
sino al que anduvo en la mar!

Preludio

Mientras la sombra pasa de un santo amor, hoy quiero
poner un dulce salmo sobre mi viejo atril.
Acordaré las notas del òrgano severo
al suspirar fragante del pífano de abril.

Madurarán su aroma las pomas otoñales;
la mirra y el incienso salmodiarán su olor;
exhalarán su fresco perfume los rosales,
bajo la paz en sombra del tibio huerto en flor.

Al grave acorde lento de música y aroma,
la sola y vieja y noble razòn de mi rezar
levantará su vuelo süave de paloma,
y la palabra blanca se elevará al altar.

Retrato

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—;
mas recibí la flecha que me asignò Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñò el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansiòn que habitò,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Tras los pasos de Machado en Soria: una ruta de versos y piedra

Y nunca más la tierra de ceniza
he de volver a ver, que el Duero abraza.
¡Oh loma de Santana, ancha y maciza;
placeta del Mirón; desierta plaza
con el sol de la tarde en mis balcones,
nunca os veré! No me pidáis presencia;
las almas huyen para dar canciones:
alma es distancia y horizonte: ausencia.
Mas quien escuche el agria melodía
con que divierto el corazón viajero
por estos campos de la tierra mía,
ya sabe manantial, cauce y reguero
del agua clara de mi huerta umbría.
No todas vais al mar aguas del Duero.

Adiós
Antonio Machado

Descubre el mundo a tu propio ritmo, guíate conmigo!

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