Siempre es emocionante regresar a Segovia, una ciudad que se alza entre colinas y ecos de historia. Pero hay un instante, uno solo, en el que el corazón se detiene, cuando aparece ante mí el Acueducto, majestuoso y sereno, como si el tiempo hubiera aprendido a sostenerse sobre piedra.
Más que una obra de ingeniería romana, es un milagro de equilibrio y eternidad, testigo de siglos y custodio del alma segoviana. Hoy quiero enseñarte su historia, sus secretos y las leyendas que lo envuelven, porque cada arco cuenta algo que no se puede explicar… solo sentir.

El Acueducto de Segovia es una de las obras más impresionantes legadas por el Imperio Romano a la península ibérica. Fue construido hacia finales del siglo I o comienzos del II d.C., durante el reinado de los emperadores Nerva o Trajano, para abastecer de agua a la ciudad desde el manantial de la Fuenfría, situado a más de 15 kilómetros de distancia.

Lo más sorprendente es su técnica, los sillares de granito, perfectamente tallados, se sostienen sin argamasa alguna, solo por el equilibrio y la precisión del ensamblaje. Durante siglos, el acueducto transportó el agua por una ligera pendiente, demostrando que la ingeniería romana era también arte.

Con sus 167 arcos y más de 28 metros de altura en su punto máximo, el Acueducto sigue dominando la Plaza del Azoguejo, centro vital de Segovia. Es imposible no sentir vértigo ante la perfección de sus líneas y el silencio de su piedra.

El Acueducto recorre más de 15 kilómetros desde su punto de captación hasta la ciudad.
Su tramo más conocido, el que atraviesa la plaza, cuenta con 75 arcos superiores y 44 inferiores, alcanzando una altura que lo convierte en el mejor conservado del mundo romano.

Cada piedra encaja con la siguiente como una sinfonía de granito, y juntas crean un equilibrio que ha resistido terremotos, guerras y el paso de los siglos. De hecho, durante la Edad Media, el acueducto fue parcialmente dañado y restaurado con devoción por los segovianos, que lo consideraban su guardián.

Dicen que hace siglos, una joven segoviana cansada de subir cada día con su cántaro hasta la fuente, pidió al diablo que construyera una conducción para traer el agua hasta su casa.
El demonio aceptó el trato: la ayudaría si lograba terminar la obra antes del amanecer, a cambio de su alma.

Así, cuenta la leyenda, el último hueco sin piedra permanece abierto como símbolo del triunfo del alma sobre la tentación.
Y si observas bien, sobre uno de los arcos, verás una imagen de la Virgen, colocada en honor a aquella muchacha y a su fe.

• No tiene argamasa: los sillares están unidos únicamente por su propio peso.
• Tiene más de 20.000 bloques de granito.
• Durante siglos abasteció a la ciudad de agua potable.
• Fue restaurado en varias ocasiones, la más importante en el siglo XV, bajo el obispo Juan Arias Dávila.
• En 1985 fue declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO junto al casco histórico de Segovia.
• Los segovianos lo llaman cariñosamente “el puente del diablo”, recordando su leyenda más famosa.

La mejor forma de admirar el Acueducto es al amanecer o al atardecer, cuando la luz dorada resalta las sombras entre los arcos.
Sube hasta el mirador de la Plaza del Postigo o al Mirador de la Canaleja para disfrutar de las mejores vistas panorámicas.

Si visitas Segovia en verano, acércate por la noche: iluminado, el Acueducto parece una cinta de fuego suspendida sobre el aire.

Dejo atrás el Acueducto, ese milagro de piedra que guarda los suspiros del tiempo.
Camino despacio por las calles empedradas, dejando que las sombras de los arcos me acompañen hasta la siguiente parada.
Mi destino es la Catedral de Segovia, la Dama de las Catedrales.
Entre la piedra y la luz, seguiré descubriendo los latidos de una ciudad que nunca deja de contar historias.