Regresar a Pedraza siempre es volver a un tiempo que parece detenido. Basta cruzar la Puerta de la Villa, la única entrada y salida de este pueblo amurallado, para sentir cómo la modernidad se queda atrás, como si al pasar bajo su arco de piedra uno atravesara un umbral hacia otra dimensión.

Las calles empedradas conducen sin prisa, bordeadas por casas de piedra y balcones de madera que guardan historias de nobles, mercaderes y prisioneros. El aire huele a leña, a pan recién hecho y a cochinillo asándose en los hornos antiguos. Y entonces uno entiende que en Pedraza la vida se mide de otra manera: con la cadencia tranquila de las piedras que han visto pasar los siglos.

La Plaza Mayor, inmensa y armoniosa, es el corazón del pueblo. Allí resuenan los pasos sobre los adoquines, se escuchan las conversaciones en las tabernas y flota el aroma irresistible de los hornos donde se asan los cochinillos y los corderos. Comer en Pedraza es parte del ritual: es dejarse llevar por el sabor castellano más auténtico, con esa mezcla de tradición y fuego que parece heredada de siglos.

A unos pasos, el Castillo de Pedraza se levanta altivo, guardando dentro el legado del pintor Ignacio Zuloaga. Sus muros, que un día defendieron la villa, hoy resguardan arte y memoria.

La visita a la Cárcel de la Villa nos recuerda la dureza de la vida medieval. Celdas estrechas, barrotes fríos, historias de encierro y desesperanza. Pero también, la certeza de que la libertad sabe más intensa cuando ha sido arrebatada.

Hay una noche en el año en la que Pedraza se transforma en un sueño. Las farolas se apagan, y miles de velas iluminan cada calle, cada plaza, cada rincón. El pueblo entero se convierte en un resplandor tenue y mágico, acompañado por conciertos de música clásica que flotan en el aire. Caminar por Pedraza esa noche es entrar en un cuento, un instante que parece eterno y efímero al mismo tiempo.

Cuando cae la noche, incluso fuera de las velas, Pedraza tiene un brillo especial. Los muros iluminados, las sombras alargadas sobre el empedrado, los murmullos que se apagan poco a poco hasta quedar en silencio. Bajo la luna, Pedraza es aún más medieval, más íntima, más misteriosa.

De Pedraza uno no se marcha, porque siempre queda dentro. Sus piedras, su luz, sus aromas y su silencio acompañan al viajero como un eco. Y cada regreso es como abrir de nuevo esa puerta única, como atravesar otra vez el umbral del tiempo.

Para mí, Pedraza siempre será un refugio. Un lugar donde el alma descansa y se reencuentra con la calma, donde las piedras parecen hablar y el presente se desvanece para dejar paso a lo eterno.

Pedraza tiene raíces medievales que se remontan a la época de los romanos y los musulmanes, pero alcanzó su esplendor en los siglos XV y XVI gracias a la nobleza y a las ferias ganaderas. Sus murallas, su castillo y sus casas solariegas son testimonio de un pasado próspero y legendario.

1. Puerta de la Villa
   La única entrada al recinto amurallado, un portal que no solo abre las puertas a Pedraza, sino también a un viaje en el tiempo. Cruza bajo su arco de piedra y siente cómo la modernidad queda atrás.
2. Plaza Mayor
   Uno de los rincones más bellos de Castilla. Amplia, armónica, rodeada de soportales y balcones de madera, es el corazón del pueblo. Aquí se celebraban corridas de toros, mercados y fiestas populares, y hoy es el lugar perfecto para sentarse y observar la vida.
3. Castillo de Pedraza
   Fortaleza medieval que guarda siglos de historia. Alberga el Museo Zuloaga, dedicado al pintor Ignacio Zuloaga, quien rescató el castillo del olvido. Sus muros hablan de batallas y leyendas.
4. Cárcel de la Villa
   Un oscuro y fascinante rincón donde aún se conservan celdas y calabozos. La visita guiada es imprescindible para comprender la dureza de la vida de los prisioneros en la Edad Media.
5. Calles empedradas y casas señoriales
   Pasear sin rumbo por Pedraza es una de sus mayores experiencias. Balcones de forja, fachadas de piedra, escudos nobiliarios y rincones donde parece que el tiempo se detuvo.
6. Iglesia de San Juan Bautista
   En plena Plaza Mayor, su torre románica es una postal imprescindible del pueblo.
7. Miradores y entorno natural
   Pedraza está rodeada de paisajes de colinas y campos castellanos. Desde varios puntos del pueblo se pueden contemplar vistas espectaculares de la sierra.

Pedraza es tierra de asados. El cochinillo y el cordero lechal son los protagonistas de sus mesones, preparados en hornos de leña. Se acompañan de vinos de la tierra y postres caseros que cierran con dulzura una experiencia única.

• Solo tiene una entrada y salida: la Puerta de la Villa.
• Fue escenario de películas y series históricas gracias a su conservación medieval.
• La Cárcel de la Villa estuvo en uso hasta el siglo XIX.
• Ignacio Zuloaga convirtió el castillo en taller y museo, salvando al monumento de la ruina.

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