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Asturias tiene lugares que no se explican, se sienten. Uno de ellos es la Ermita de La Regalina, en Cadavedo, un pueblo del concejo de Valdés. Una ermita pequeña, pintada de azul y blanco, con una galería de madera que parece flotar sobre los acantilados. El mar Cantábrico ruge abajo, pero aquí arriba, todo es calma, brisa y belleza serena.
Entre el cielo y el mar, un rincón suspendido en la emoción
Entre el cielo y el mar, hay un rincón que no se nombra, se siente. Un lugar donde el mundo respira más despacio y el alma, por fin, se sienta a contemplar. Así es La Regalina. Una ermita azul y blanca, mínima, preciosa, posada en lo alto de un prado que se asoma a los acantilados de Cadavedo como quien guarda un secreto sagrado.

Llegar hasta aquí es una caricia lenta. Desde el casco antiguo del pueblo, la ruta serpentea entre hórreos antiguos, maizales que silban con el viento, y ese verdor asturiano que no es un color, es un estado del alma. Al final del camino, tras una pequeña cuesta de tierra y hierba, aparece ella. Pequeña, serena, como si se hubiera escapado de un cuadro y decidiera quedarse a vivir en lo alto del mundo. Frente a ella, el Cantábrico. Infinito. Salvaje. Bello. Tan cerca, que parece que un paso más te llevaría al mar por el aire.

Me siento bajo el porche de madera, apoyado contra una de sus columnas. El viento huele a sal, a campo recién segado, a historia. Porque este lugar no solo es hermoso, también es sagrado. Aquí se celebra cada agosto la fiesta de La Regalina, una de las romerías más sentidas del occidente asturiano. Bajan gaitas, suben danzas, las mujeres visten el traje tradicional como si bordaran el aire, y el campo se llena de una alegría ancestral que no cabe en fotografías. No se viene solo a ver, se viene a formar parte.

Junto a la ermita, uno de los hórreos más afortunados de Asturias. Tiene las mejores vistas del mundo. Suspendido sobre el prado, como si flotara entre el trigo y la espuma, guarda aún el alma campesina de esta tierra. Desde allí, el mar no se ve: se escucha. Las olas golpean en la base de los acantilados y suben en forma de rumor, como una nana antigua. Me acerco al banco —otro de esos bancos que parecen esperar toda la vida por ti— y me dejo envolver. Todo es verde y azul. Todo es verdad.

La Regalina no es un punto en el mapa. Es un refugio para el que busca algo más que una foto. Es un altar abierto al cielo, una pausa en medio del ruido, una promesa que no pide nada a cambio. Aquí, uno no reza con palabras: reza con los ojos abiertos, con la piel atenta, con el corazón en calma. Y al marcharte, no dices adiós. Solo inclinas la cabeza, como quien agradece algo demasiado hondo como para decirlo en voz alta.
Un poco de historia y tradición
La ermita fue construida en 1931 gracias a Jesús López de la Fuente, un sacerdote local, como homenaje a la Virgen de Riégala (la “Regalina”, como se la conoce con cariño). La leyenda cuenta que la imagen fue encontrada entre la maleza, por una mujer que segaba, y desde entonces, la devoción no ha hecho más que crecer.
Cada agosto, el último domingo del mes, se celebra la Fiesta de La Regalina, declarada de Interés Turístico Regional. Es un día grande: procesión, gaitas, danzas y paisanos y paisanas vestidos con el traje tradicional del occidente asturiano. Todo, bajo la mirada del mar.

Qué ver y hacer en La Regalina
1. La propia ermita
Sencilla y preciosa, con su porche de madera y su cruz, la ermita destaca sobre el verde del prado y el azul del mar. Es un lugar mágico para fotografías, para sentarse a contemplar el horizonte o simplemente respirar.
2. El campo de la fiesta
Rodeado de hórreos y carbayos, este prado frente a la ermita es un mirador natural espectacular. Desde aquí puedes ver los acantilados de Cadavedo y si el día está claro, hasta divisar parte del Cabo Busto o del cabo Vidío.

3. Paseos y senderos
Desde la ermita puedes caminar hasta la Playa de Cadavedo, también conocida como la playa de la Ribeirona. Un acceso fácil y una recompensa grande: arena oscura, formaciones rocosas y la tranquilidad de un rincón poco masificado.
Comer cerca de La Regalina
Cadavedo tiene restaurantes donde disfrutar de la cocina asturiana de toda la vida. Recomendaciones:
- Mesón La Regatina – perfecto para un arroz caldoso con marisco o una fabada con vistas.
- Casa Carola – cocina casera con mimo.
- El Restaurante del Hotel Rural Casa Fernando – ideal si quieres quedarte a dormir.
Dormir en la zona
La zona de Valdés y Cadavedo está llena de casas rurales, hoteles con encanto y apartamentos. Para disfrutar de la paz que ofrece el entorno, te recomiendo:
- Hotel Rural Casa Fernando
- La Casina de la Regalina
- Casa Lao – una opción para grupos o estancias más largas.
¿Dónde está La Regalina?
En el occidente de Asturias, entre Luarca y Cudillero, se encuentra Cadavedo, un pueblo de tradiciones marineras, casonas indianas y paisajes de postal. Allí, en lo alto de un verde prado que se asoma a los acantilados, está La Regalina, una de las ermitas más queridas y fotografiadas del Principado.
Ruta mototurística recomendada: Luarca – La Regalina – Cudillero
Una jornada en moto inolvidable:
- Salida desde Luarca: desayuno con vistas al puerto.
- Ruta por la costa pasando por el Cabo Busto.
- Parada larga en La Regalina: visita, fotos y paseo hasta la playa.
- Mirador Playa del Silencio.
- El Banco más bonito de Asturias, Faro de Cabo Vidío.
- Ruta hacia Cudillero por la N-632, disfrutando del paisaje del occidente asturiano.
- Finaliza con cena en el anfiteatro de Cudillero.
Un viaje de mar, verde, curvas suaves y mucha emoción visual.
PlanIfica tu ruta
MAPA- Ruta mototurística recomendada: Luarca – La Regalina – Cudillero
Cómo llegar a la Ermita de La Regalina
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La Ermita de La Regalina no es solo un lugar bonito. Es uno de esos lugares que despiertan algo dentro, que te obligan a detenerte, a mirar, a agradecer. No tiene la grandeza de una catedral ni la fama de otras postales asturianas. Pero tiene una paz difícil de encontrar en otros rincones del mundo.
Y eso, al final, es lo que uno busca cuando viaja.
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