Llegar a Cambados al caer la tarde es como abrir un libro antiguo y descubrir que las páginas huelen a mar. El sol se esconde despacio detrás de las casas de piedra, tiñendo de cobre las calles y regalando al viajero un instante de calma difícil de olvidar.

Siempre que puedo me dejo caer por este pueblo, porque Cambados tiene algo que atrapa: el equilibrio perfecto entre tradición marinera y encanto señorial. Aquí el tiempo parece discurrir a un ritmo más lento, como si cada piedra y cada esquina pidiera ser contemplada sin prisa.

Cambados no se visita, se siente. Pasear por sus calles empedradas es dejarse envolver por un ambiente en el que la vida cotidiana convive con la historia. Sus casas de piedra, sus pazos con blasones y sus plazas abiertas al mar son un recordatorio de que la belleza aquí se vive sin disfraces.

La historia de Cambados está escrita con tinta de mar y piedra. Su origen se remonta a la época romana, cuando las rías gallegas ya eran refugio de comerciantes y navegantes. Durante la Edad Media, el pueblo se consolidó como puerto pesquero y comercial, protegido por torres defensivas de las que aún quedan vestigios.

Curiosidad sobre los pazos: algunos cronistas cuentan que bajo sus sótanos se escondían toneles de vino para el contrabando. Cada piedra, además de nobleza, guarda confidencias de tiempos turbulentos.

Caminar por Cambados es como atravesar un museo al aire libre. Los pazos señoriales, con sus escudos tallados en granito, hablan de linajes y épocas de esplendor. La plaza de Fefiñáns es la más icónica: una composición de iglesia, arco y pazo que parece suspendida en el tiempo.

Las casas marineras, más humildes pero igualmente encantadoras, completan la postal perfecta, recordándonos que Cambados es al mismo tiempo pueblo marinero y villa noble.

Comer en Cambados es siempre un ritual. El albariño se convierte en compañero inseparable de mariscos y pescados frescos que llegan cada mañana del puerto. Restaurantes y tabernas ofrecen desde la cocina tradicional hasta propuestas más innovadoras, pero todas tienen algo en común: el sabor inconfundible de la ría.

Cambados invita a quedarse. Hay opciones para todos: pequeños hoteles familiares, casas de turismo rural entre viñedos o alojamientos más céntricos para quienes quieran vivir el ambiente del casco histórico.

• Plaza de Fefiñáns, con su pazo y la iglesia de San Benito.
• Paseo marítimo, perfecto al atardecer.
• Museo del Vino, para comprender la historia del albariño.
• Bodegas de albariño, abiertas para visitas y catas.
• Ruinas de Santa Mariña de Dozo, un cementerio entre arcos góticos y viñedos, considerado el más melancólico del mundo.

• Combarro, el pueblo de los hórreos y las leyendas de meigas.
• Cambados – Cambados Ruta del Albariño, una experiencia entre viñedos y pazos.
• O Grove, un imprescindible del viaje.
• Isla de Arousa, con su parque natural y sus playas salvajes.