Hay lugares que parecen haber nacido para recordar al viajero que la esencia de una ciudad no siempre se descubre en sus calles más concurridas, sino en esos rincones donde historia, naturaleza y silencio se entrelazan. En Vigo, ese lugar tiene nombre propio: el Monte do Castro.

Subir al Castro es dejar atrás el bullicio del puerto y de las avenidas para adentrarse poco a poco en un entorno que respira calma. Los senderos, rodeados de pinos, robles y camelias, invitan a caminar sin prisa, con ese paso lento que nos regala el tiempo para mirar alrededor. Cada curva del camino abre un resquicio al mar, como si la ciudad quisiera recordarnos, entre rama y rama, que su corazón late siempre de cara al Atlántico.

La historia aquí se cuenta sin necesidad de palabras. El Monte do Castro fue el origen de Vigo, el lugar donde los primeros pobladores, hace más de dos mil años, levantaron su castro. Hoy aún se pueden ver los restos arqueológicos de aquellas viviendas circulares que hablan de un tiempo en el que la vida se organizaba alrededor del fuego y de la comunidad. Caminar entre esas piedras milenarias es como rozar la memoria de quienes, mucho antes que nosotros, también miraban este mismo horizonte.

La cima del Castro es la recompensa del caminante. Allí, Vigo se abre en un anfiteatro inmenso: el puerto, uno de los más grandes del mundo, las islas Cíes custodiando la entrada de la ría, y al fondo, el perfil montañoso de O Morrazo. Es un balcón natural donde el tiempo parece detenerse, donde el viento acaricia la piel con aroma salado y uno entiende que la verdadera grandeza de Vigo está en esta unión entre ciudad y mar.

Además del paisaje, en lo alto se alzan los cañones que recuerdan la defensa de la ciudad y un monumento a los caídos en la batalla de Rande. Estos restos militares, entre jardines cuidados y miradores estratégicos, añaden al paseo una dimensión histórica que se mezcla con la paz de los parques donde familias, viajeros y soñadores encuentran su lugar.

Bajar del Monte do Castro no es despedirse, sino guardar la certeza de que, cada vez que regrese a Vigo, volveré a subirlo. Porque hay miradores que no son solo paisajísticos, son emocionales: lugares donde uno se encuentra con la ciudad, con la historia y, en cierto modo, consigo mismo.

• Paseo entre naturaleza
  Senderos sombreados, árboles centenarios y fuentes frescas que invitan a caminar con calma.
• Restos arqueológicos del castro
  El poblado celta reconstruido es un viaje al pasado: el lugar donde nació Vigo hace más de 2.000 años.
• Cañones y murallas
  Defensas históricas que protegieron la ciudad de invasiones y corsarios como Francis Drake.
• Miradores panorámicos
  Las mejores vistas de la Ría de Vigo, el puerto, las islas Cíes y la ciudad extendiéndose bajo tus pies.
• Jardines y esculturas
  Rincones ajardinados, esculturas y bancos donde sentarse a descansar y contemplar el paisaje.
• Un lugar para desconectar
  Más allá de la historia y las vistas, es un refugio de paz en medio de la ciudad: ideal para pasear o improvisar un picnic.

El Monte do Castro se encuentra en pleno corazón de Vigo, lo que lo convierte en una visita obligada y accesible para todos:

• A pie: desde el centro de la ciudad puedes llegar en apenas 10-15 minutos caminando. Las entradas principales están en la Avenida de Castelao y en la Praza de España. La subida es suave y está perfectamente señalizada.
• En moto: Vigo es muy cómodo para moverse en dos ruedas. Puedes dejar la moto cerca de los accesos al parque o, si buscas más seguridad, en los parkings subterráneos del centro (como el del puerto o la calle Colón) y continuar el último tramo andando.
• En coche: hay aparcamientos alrededor del monte, aunque no siempre es fácil encontrar sitio. Lo recomendable es dejarlo en zonas cercanas al centro y disfrutar del paseo hasta la cima.
• Transporte público: varias líneas de autobús urbano (como la L5, L7 y L17) te dejan cerca de los accesos principales.