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Hay playas que se esconden. No por timidez, sino porque saben que lo valioso no se entrega al primer vistazo. La Playa de la Ñora es una de ellas. Un rincón encajado entre acantilados suaves, un secreto bien guardado entre Gijón y Villaviciosa, donde el tiempo se estira con la marea y el alma encuentra una pausa.

Llegué al atardecer, ese momento suspendido donde el día se deja ir sin que nadie lo apure. El sol comenzaba su descenso, tiñendo de cobre las rocas y encendiendo la arena con reflejos dorados. Todo era luz lenta y aire templado. En esta playa, los primeros rayos del sol y los últimos parecen tener una cita con la tierra. Y uno, testigo afortunado, solo puede sentarse a mirar.
Es pequeña, recogida, como hecha a medida del corazón. A diferencia de otras calas escondidas, aquí hay vida. Dos chiringuitos asoman entre la vegetación, con su bullicio amable, sus risas entre cervezas frías y el aroma salado que se mezcla con música suave. Pero lo sorprendente es que, pese al ambiente, la Ñora sigue siendo puro paraíso. El respeto por la naturaleza no se negocia: en Asturias, forma parte del ADN. Aquí se celebra la tierra, no se toma.
Bajé hasta la arena. Fina, cálida, salpicada de conchas y recuerdos. El agua, verde esmeralda, se mecía cristalina, clara como una promesa. Me descalcé y caminé por la orilla, mientras el sol seguía escribiendo despedidas en el horizonte. El cuerpo se movía, sí, pero era el alma la que paseaba.



Desde la misma playa nace un sendero que asciende entre eucaliptos y helechos. Lo tomé con paso lento, como se suben las cosas que importan. En pocos minutos, el mirador. Y allí, de pronto, la belleza total, la playa se desplegaba abajo como un tesoro, la costa recortada en verdes, dorados y azules. El Cantábrico se abría ante mí, vasto y luminoso. Solo el viento, las aves y yo.

Me senté en una piedra a contemplar, sin prisa. A veces no hay que hacer nada más que eso: mirar, respirar, dejarse estar. Sentí que el mundo era justo en ese instante. Que no hacía falta buscar nada, porque todo estaba ahí, el mar, la luz, la certeza de estar en el lugar exacto.



La Playa de la Ñora no se olvida. No solo por su belleza, sino por la sensación de equilibrio que deja. Naturaleza, vida, silencio y celebración. Como una sinfonía bien afinada. Un rincón para volver, para cerrar los ojos y recordar que aún existen lugares donde el atardecer es un acto sagrado.

Qué ver y hacer en la Playa de la Ñora
- Mirador de la Ñora: sube por el sendero entre eucaliptos y helechos hasta el mirador. Verás la playa desde las alturas, como si estuvieras flotando.
- Ruta costera de la Ñora a Gijón: ideal para caminar o pedalear, una senda peatonal espectacular con vistas al Cantábrico.
- Bañarte en aguas cristalinas: aunque fría, es de las más limpias y bellas de la costa asturiana.
- Ver el amanecer o el atardecer: los dos momentos del día transforman por completo el lugar.
- Disfrutar de un buen vermut o cena frente al mar: en los chiringuitos con ambiente, pero sin agobios.


Cómo llegar
- En Moto/coche desde Gijón (15 min): toma la AS-256 dirección Villaviciosa y sigue las indicaciones hacia Quintueles. Hay un aparcamiento justo antes del sendero que baja a la playa.
- En bus: desde Gijón puedes tomar un autobús a Quintueles y caminar unos 30 minutos hasta la playa.
- A pie o en bici: desde Gijón puedes seguir la Senda del Cervigón, una ruta preciosa que conecta varias playas, incluyendo la Ñora.
Dónde comer
- Chiringuito Playa La Ñora: sencillo, auténtico, y con buenas raciones de calamares, tortilla y sidra. Ideal para atardecer.
- El Cruce (Quintueles): un restaurante a pocos minutos, con menú asturiano de calidad y fabes que saben a madre.
- Restaurantes en Gijón: si prefieres más opciones, la ciudad está muy cerca y tiene de todo, desde sidrerías clásicas hasta cocina de autor.

Dónde dormir
- Casas rurales en Quintueles o Deva: paz, naturaleza y encanto a pocos minutos de la playa.
- Hotel rural Mirador de la Ñora: vistas impresionantes, desayuno delicioso y trato familiar.
- Gijón: si prefieres algo más urbano, puedes dormir allí y escaparte a la Ñora en minutos.
Este rincón del litoral asturiano es un pequeño tesoro, íntimo, vivo, y en perfecta armonía con el paisaje. Aquí entendí que el paraíso no es un lugar ruidoso ni lejano. Es una cala pequeña, un sendero al mirador, un sorbo de sidra con los pies aún llenos de arena.
Y cuando el sol se va, no hay tristeza. Solo una promesa: volveré.








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