En mi paseo por el casco histórico de Llanes, la Basílica de Santa María del Conceyu se alza como una parada obligatoria. Tan pequeña como hermosa, guarda en su interior siglos de memoria, de rezos y silencios que parecen seguir habitando entre sus muros.

Salir de la basílica es regresar al bullicio del casco viejo, a las plazas y a los aromas de sidra que se derraman en las terrazas, pero con la sensación de haber pasado por un umbral secreto: el de un tiempo detenido, un suspiro de piedra que recuerda que en Llanes la historia aún late al ritmo del mar.

Llegar a la basílica no requiere mapas complicados, basta con dejarse llevar por las calles de piedra del casco histórico de Llanes. Cada esquina parece empujarte hacia ella, como si el pueblo entero supiera conducirte hasta su corazón. Desde la plaza del Ayuntamiento, su silueta se alza sobria, aguardando al caminante que se detiene un instante en su umbral.

No importa si vienes en tren, autobús, moto o coche, al final siempre llegarás caminando, porque solo a pie se descubre la verdadera esencia del lugar. Y en ese pequeño paseo, la basílica aparece como una recompensa: discreta, recogida, pero eterna, como si el tiempo no se atreviera a tocarla.