Ese principio empieza muchas veces con un aroma. Dulce, envolvente, antiguo. El incienso se despliega en el aire como un manto invisible que abraza a peregrinos y curiosos, que recorre las naves de piedra como si fueran venas de una gran criatura viva.
Ese manto nace del Botafumeiro.

Llegar a Santiago de Compostela no es solo alcanzar un destino, es abrazar una historia que lleva siglos caminando hacia ti. Las piedras de la Plaza del Obradoiro han sido gastadas por pies peregrinos, lluvias incansables y el paso del tiempo. Frente a ti, la Catedral se levanta como un canto de fe, arte y leyenda.

Pero hoy no te hablaré de sus fachadas ni de su Pórtico de la Gloria. Hoy vengo a contarte la historia de un gigante que vuela bajo las bóvedas, el Botafumeiro.

Qué es el Botafumeiro

El Botafumeiro es el gran incensario de la Catedral de Santiago de Compostela, probablemente el más famoso del mundo. Más que un objeto litúrgico, es un símbolo que mezcla fe, espectáculo, tradición y leyenda. En gallego, “botar” significa “echar” y “fume” es “humo”, así que su nombre significa literalmente “el que echa humo”.

Se cuelga en el crucero central de la catedral, suspendido de una polea monumental. Durante la ceremonia, el enorme incensario vuela en el cielo de la catedral, llevando su fragancia desde el Pórtico de la Gloria hasta el altar mayor.

El vuelo del Botafumeiro, un espectáculo único en el mundo

El Botafumeiro no es un simple incensario. es un coloso de bronce que pesa 53 kilos, mide 1,60 metros de altura y cuelga de una maroma de 65 metros de largo. Cuando se balancea por la nave central, llega a alcanzar hasta 68 kilómetros por hora, recorriendo más de 60 metros de vuelo en cada oscilación.

Quién lo hace volar

Ocho hombres, conocidos como “tiraboleiros”, son los responsables de elevar y controlar el vuelo del Botafumeiro. Visten túnicas rojas con cuellos de encaje blanco, una indumentaria que parece sacada de un tiempo en que la solemnidad se llevaba puesta.

Con un ritmo ensayado durante siglos, tiran de las cuerdas con fuerza y coordinación milimétrica, hasta que el incensario toma vida, se convierte en péndulo, y en pocos segundos surca el aire con una elegancia hipnótica.

Simbolismo

Presenciarlo es un momento difícil de describir. Primero, el silencio. Después, el olor del incienso que empieza a llenar la nave. Y entonces, el movimiento. Lento al principio, pero creciendo con cada tirón, hasta convertirse en un péndulo que parece tocar el cielo del crucero. El sonido de las poleas, el murmullo de los presentes y la nube de incienso se funden en una coreografía que une pasado y presente, tradición y asombro.

Verlo es comprender que aquí no hay un final, sino un nuevo comienzo. Como dicen algunos peregrinos, el Botafumeiro no solo bendice el templo, también bendice el alma de quien lo contempla.

En su vaivén, hay algo de rito ancestral, algo que une a quienes han llegado desde todas partes del mundo, cargando historias y pasos, para ver, oler y sentir ese momento que no se repite igual dos veces.