Colores que caen por la ladera, calles que se abrazan y un mar que lo cuenta todo.

Hay lugares que parecen inventados por un pintor que soñó con pueblos marineros. Cudillero es uno de ellos. No se llega a él, se descubre. Escondido como un secreto entre los acantilados del Cantábrico, aparece de pronto, como si la montaña se hubiera abierto para mostrarte una joya que ha guardado durante siglos.

Las casas, encaramadas unas sobre otras, parecen desafiar la gravedad y rendirse solo al arte. Sus fachadas de colores vivos trepan la ladera formando un anfiteatro natural que abraza el puerto, donde los barcos descansan como bestias mansas tras faenar en las aguas bravas del norte. La vida aquí se despliega en vertical, desde la plaza hasta las últimas terrazas, donde los tejados tocan el cielo y las gaviotas juegan con el viento.

Cudillero no es un pueblo cualquiera. Tiene alma. Y una historia tan antigua como el salitre de sus muros.

Hoy, Cudillero sigue ahí, como suspendido entre el mito y la bruma. En su puerto, los pescadores descargan el fruto del mar mientras tú te sientas en una terraza con una sidra y la pesca del día. La plaza respira vida, y los callejones trepan entre risas, macetas y ropa tendida al viento. En lo alto, los miradores como La Garita o el Pico ofrecen vistas que cortan la respiración, donde todo encaja: el mar, las tejas, los colores, las voces.

Cudillero no grita. Susurra. Te atrapa sin aspavientos, con la elegancia de lo auténtico. Es uno de esos lugares que no se olvidan, porque no se entienden con la razón, sino con los sentidos. Un anfiteatro de emociones frente al mar, donde cada rincón guarda una historia, cada piedra una leyenda, y cada esquina una razón para volver.

El nombre de Cudillero, según algunos, viene de “Codillero”, por la forma de cola (o “coda”) que forma su bahía vista desde lo alto. Pero hay quien afirma que su origen es aún más antiguo, de raíces astur-romanas. El nombre puede venir de “Cottelearium”, «tierra de cuchillos».

Lo cierto es que este pueblo, que parece colgado entre el cielo y el mar, ha vivido siempre del océano. Durante siglos fue un importante puerto de pesca de bajura: sardinas, merluza, bonito… El mar era su pan, pero también su riesgo. Las historias de tempestades, de hombres que no regresaron y de barcas que se perdieron entre la bruma forman parte del alma del pueblo.

Entre esas historias, hay una que me contaron tomando café en una pequeña taberna con vistas al puerto, la del «pixueto», nombre que reciben los habitantes de Cudillero. Los pixuetos tienen incluso su propio dialecto, el “pixuetu”, una variante del asturleonés que ha resistido al paso del tiempo. Es tan propio, tan íntimo, que durante años fue utilizado por los marineros para hablar entre ellos sin que los forasteros lo entendieran.

Y hay una tradición que aún hoy se respeta con solemnidad: el Pregón de L’Amuravela, que se celebra cada año el 29 de junio, en honor a San Pedro, patrón del pueblo. En ese día tan especial, un pescador se sube a una barca en la plaza del pueblo y, en lengua pixueta, cuenta en clave de humor y sátira los acontecimientos del año. Es una de esas celebraciones que te hace sentir que Cudillero no es solo un lugar, es una forma de vida.

Si hay algo que define a Cudillero es que no se trata solo de un pueblo, sino de una experiencia visual y sensorial. Hay que caminarlo, olerlo, subirlo y bajarlo para entender su alma marinera. Aquí te dejo los imprescindibles para disfrutarlo como se merece:

Lo mejor que puedes hacer en Cudillero es perderte. Literalmente. Subir y bajar por sus callejuelas empedradas, descubrir miradores entre casas, balcones llenos de hortensias, escaleras imposibles y fachadas de todos los colores.

El corazón del pueblo. Rodeada por casas de colores que parecen apiladas unas sobre otras, la Plaza de la Marina es el punto de encuentro de vecinos y viajeros. Desde aquí se entiende por qué llaman a Cudillero “el anfiteatro”: las viviendas, con sus fachadas pintadas, forman una especie de graderío natural que cae en cascada hacia el mar. Es el mejor lugar para tomar algo, observar el movimiento del puerto y sentir el pulso del pueblo.

El alma marinera. Ver salir o regresar a los barcos, pasear junto a las redes secándose al sol, o simplemente sentarse a observar la vida cotidiana con el murmullo del Cantábrico de fondo… El puerto pesquero de Cudillero sigue activo, y mantiene intacta su esencia. Aquí la historia no se conserva en vitrinas, se vive.

Uno de los planes más emocionantes: seguir el trazado en zigzag de los miradores. Cada uno ofrece una perspectiva distinta, y lo mejor es ir descubriéndolos a pie:

• Mirador de la Garita: el más famoso. Desde aquí, Cudillero parece flotar sobre las montañas.
• Mirador de Cimadevilla, El Baluarte, La Atalaya, El Pico y El Contorno: pequeños balcones secretos que miran al mar o al corazón del pueblo.
• Cementerio de Cudillero: suena raro, pero este lugar tiene una belleza sobrecogedora. En lo alto del acantilado, con vistas directas al Cantábrico, es uno de los cementerios marineros más poéticos de España.

Situado sobre una punta rocosa, este faro blanco y sobrio marca el final del pueblo y la entrada al mar. El paseo hasta él es corto pero encantador, especialmente al atardecer, cuando el sol cae sobre el agua y tiñe todo de dorado.

El Túnel subterráneo de Cudillero: una pequeña joya curiosa. Este paso excavado en la roca conecta el centro del pueblo con el puerto en apenas unos metros. Refrescante en verano, misterioso siempre. Caminarlo es como cruzar al otro lado de un decorado natural.

Si tienes tiempo (y ganas de desconectar), te recomiendo escaparte a las playas cercanas. Algunas son salvajes, otras más accesibles, pero todas tienen ese toque natural y auténtico que define a Asturias.

• Playa del Silencio (o Gavieiru): probablemente una de las más fotogénicas de España. Acantilados imponentes, aguas turquesas y silencio absoluto. Se llega por una caminata corta desde el aparcamiento. No hay servicios, así que lleva lo necesario.

• Playa de Aguilar: perfecta para bañarse, con buenos accesos y chiringuito. Ideal para una parada con comida marinera.
• Playa de Veneiro: menos conocida, más tranquila. Perfecta si buscas paz total.
• La Concha de Artedo: amplia, con paseo de madera y buen aparcamiento. Muy recomendable en familia o si vas en grupo.

• San Pedro de la Ribeira: Muy local, poco frecuentada.
• La Cueva: Ideal para los que buscan rincones secretos.
• Playa de La Ribera del Molín: Esta pequeña cala de piedra ofrece unas vistas preciosas y un ambiente íntimo. Es perfecta para una escapada exprés desde el pueblo o para ver el atardecer en calma.

• Faro de Cabo Vidio: Este faro, construido en 1950, se alza sobre un acantilado a más de 80 metros sobre el mar. Es uno de los faros más icónicos del norte y un punto mágico para ver el atardecer. Desde aquí, en días despejados, puedes ver incluso Estaca de Bares, el punto más septentrional de la península.
• Mirador de los Acantilados: Párate, respira y mira. Frente a ti, una muralla natural de roca que cae a pico sobre el océano. Las olas rompen abajo con fuerza, y el sonido del viento te recuerda que estás en un lugar poderoso. Aquí es imposible no sentirse pequeño.

• Ruta de los Acantilados: Un sendero costero que une el faro con otros miradores cercanos. La ruta es sencilla, accesible y tremendamente fotogénica. Ideal para caminar al atardecer, con el mar a un lado y los prados verdes al otro.

• Mirador del Sablón: Aquí se encuentra el banco más bonito de Asturias (y uno de los más famosos de España). Frente a ti, el horizonte abierto y los acantilados dibujando una línea quebrada hasta donde alcanza la vista. Es uno de esos lugares que se quedan grabados para siempre.

Consejo: Lleva algo para sentarte con calma, un termo de café o una cámara. Este es uno de esos rincones que te pide que te detengas, que observes y simplemente estés.

A poco más de 20 minutos de Cudillero se encuentra uno de los rincones más encantadores y fotogénicos del occidente asturiano: La Ermita de La Regalina, en Cadavedo. Este lugar combina espiritualidad, tradición rural y unas vistas que quitan el aliento.

• La Ermita de La Regalina: Pequeña, de intenso azul y blanco, esta ermita vigila el acantilado como si custodiara los secretos del mar. Se construyó en 1931 en honor a la Virgen de Riégala y es uno de los símbolos del concejo de Valdés. Cada agosto acoge una de las romerías más auténticas de Asturias, con gaitas, danzas tradicionales y trajes típicos.
• El banco mirador: Justo al lado de la ermita se encuentra uno de los bancos con mejores vistas del Cantábrico. El horizonte abierto, el verde intenso de los prados y la fuerza del mar lo convierten en un escenario inolvidable. Sentarse aquí es una forma de parar el mundo por un rato.

• El hórreo más afortunado de Asturias: Frente a la ermita se alza un hórreo tradicional asturiano, utilizado durante generaciones para almacenar el grano y protegerlo de la humedad y los animales. Pero este no es un hórreo cualquiera: es, sin duda, el hórreo con las mejores vistas de Asturias. Un rincón lleno de encanto rural donde el tiempo parece haberse detenido.

• Vistas a la playa de Cadavedo: Desde el acantilado se puede ver la playa de Cadavedo, una de esas calas que enamoran por su forma cerrada, sus aguas limpias y su entorno virgen. Ideal para los que buscan un baño tranquilo en plena naturaleza.

Consejo: Visita este lugar al atardecer. El juego de colores entre el cielo, el mar y la ermita crea una atmósfera casi mágica.

Comer en Cudillero es rendirse al mar. Sentarte en una terraza mirando al puerto, mientras el sol se refleja en las fachadas de colores y el aroma del pescado a la brasa te envuelve, es una experiencia para recordar. Aquí el tiempo se mide en sorbos de sidra, cucharadas de fabada y mordiscos de bonito recién pescado.

La estrella indiscutible es el pescado fresco. Y cuando digo fresco, es que a veces viene directo del barco al plato. No te vayas sin probar el pixín (rape), la lubina al horno, el besugo, o los calamares de potera —pescados uno a uno, con anzuelo, como manda la tradición.

Pero hay mucho más que pescado. La cocina asturiana se cuela en cada rincón con sus fabes con almejas, el cachopo de mar o de ternera, y los embutidos caseros de la zona. De postre, déjate tentar por un arroz con leche requemado, una tarta de queso afuega’l pitu, o unas casadielles, esos pequeños hojaldres rellenos de nuez y anís.

• Casa Julio, un clásico entre los clásicos, ideal para probar el pixín y la caldereta de marisco. Cocina marinera sin florituras, con producto excelente. Ubicación: A pocos pasos del puerto.
• El Remo, terraza con vistas y cocina tradicional. Los chipirones a la plancha y la sopa de marisco son de otro mundo. Reserva si puedes.
  Ideal para: comer con calma, frente al mar.
• Restaurante La Taberna del Puerto, buena carta de vinos y platos locales con un punto moderno. Prueba el pulpo a la brasa con puré de patata y pimentón.
  Ambiente: más íntimo, perfecto para una cena tranquila.
• El Faro, ambiente más informal, ideal para raciones y tapas. Las zamburiñas son un acierto, igual que el pastel de cabracho.
  Perfecto para: picar algo tras un paseo.
• Mesón El Centollu, Si buscas marisco, este es tu sitio. Centollos, andaricas (nécoras), percebes… todo con el sabor del Cantábrico.
  Consejo: consulta antes el precio del marisco del día.

No puedes irte sin tomar una sidra natural escanciada al estilo asturiano. Muchos restaurantes la ofrecen, pero también puedes acercarte a pequeños bares del casco antiguo para vivir la experiencia más auténtica.

¿Y si estás en ruta? Hay también opciones más sencillas y rápidas para quienes no quieren entretenerse demasiado, pero sin perder la esencia. Bocatas de bonito, empanadas artesanas y raciones de pulpo se sirven en bares junto a la carretera, perfectos para una parada rápida antes de seguir curvando por la costa.

Cudillero es un lugar que invita a quedarse. Y no solo por lo que hay que ver, sino por lo que se siente al despertarse con el sonido de las gaviotas, el olor a salitre y la brisa fresca del norte entrando por la ventana. Aquí dormir no es solo descansar, es alargar el viaje con calma.

Encontrar alojamiento en Cudillero es sencillo, hay desde pequeños hoteles con encanto hasta casas rurales tradicionales, pasando por apartamentos turísticos y albergues ideales para grupos.

• Casona de la Paca – Elegancia rural con jardines preciosos y desayuno inolvidable.
• Hotel Casa Prendes – En pleno centro, habitaciones con encanto y muy buena ubicación.
• Apartamentos La Lula – Para quienes buscan autonomía. Muy completos y bien situados.
• Cudillero Hostel – Económico, práctico y acogedor. Ideal para motoviajeros en ruta.

¿Qué no te puedes perder en Cudillero?

No te pierdas el momento en que el sol acaricia las fachadas de colores y el pueblo se vuelve dorado.
No te pierdas el silencio de sus miradores, el sabor de su mar en el plato, el saludo de un vecino.
No te pierdas quedarte quieto, mirando, respirando, entendiendo por qué hay lugares que no se explican.
Solo se viven.

Cudillero – Pueblo colorido, parada inicial con mucho encanto.
Cabo Vidio – Acantilados imponentes, vistas infinitas.
Playa del Silencio – Un remanso de belleza salvaje.
Ermita de La Regalina (Cadavedo) – Un balcón entre prados, mar y cielo.
Cabo Busto – Ruta costera virgen, vistas y naturaleza en estado puro.
Luarca – Final perfecto, entre historia marinera y tranquilidad.

Puedes alargar la ruta hasta Tapia de Casariego si te animas, para cerrar el occidente asturiano con broche de oro.