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Hoy quiero contarte sobre una playa que no estaba en mis planes.
Desde lo alto del mirador de la Ermita de La Regalina, donde el mundo parece detenerse entre cielo, pradera y mar, la vista se abre como un cuadro sin marco. Los acantilados recortan la costa con la fuerza serena de lo eterno, y allí abajo, como si el océano hubiera decidido guardar un secreto, apareció La Ribeirona, la playa de Cadavedo.

Fue un destello en la mirada, una llamada muda.
Porque uno mira el horizonte y, sin embargo, algo lo arrastra hacia abajo.
La playa parecía hipnótica, no por su grandiosidad sino por ese modo suyo de esconderse.
Una concha perfecta atrapada entre muros de verde, entre el rumor de la espuma y la piel gastada del Cantábrico.

No lo pensé demasiado. Bajé.
La carretera me llevó entre helechos, robles jóvenes y silencio. El silencio que anuncia algo importante.
Y entonces la playa se dejó ver, como si esperara.
No era de arena, sino de cantos rodados que el mar mueve con un lenguaje solo suyo. Cada ola provoca un leve tintineo, como el sonido de un antiguo instrumento de cuerda. Es un murmullo que se cuela en el pecho y te obliga a parar.

La Ribeirona es naturaleza viva, sin ornamentos innecesarios. Aunque hay un pequeño chiringuito, discreto, que no rompe el paisaje. Al contrario, parece formar parte de él. Desde su terraza se oye el mar y se huele el salitre, y uno puede sentarse con una bebida fría a contemplar lo esencial.



Allí abajo, sentada entre rocas redondeadas por siglos de mareas, sentí que todo estaba en su lugar, la espuma en el borde, el verde esmeralda del agua con reflejos turquesa, el acantilado cubierto de un manto vegetal y el cielo cubierto de una luz que no quemaba, sino que envolvía.




No vi el tiempo pasar.
Me quedé allí, hechizada, como si algo antiguo me hablara.
Quizá eran los pasos de todos los que antes bajaron hasta aquí buscando lo mismo, una emoción difícil de nombrar.
Cadavedo me enseñó que hay playas que no solo se visitan, se sienten en la piel, se escuchan en los huesos, y se recuerdan como se recuerdan los sueños que no quieres olvidar.

Y cuando volví a subir al mirador, la ermita seguía allí, inmóvil y vigilante, y el mar seguía golpeando con ternura las rocas.
Pero algo había cambiado.
Yo ya no era la misma.
Qué ver y hacer en Playa de Cadavedo (La Ribeirona)
- Ermita de La Regalina: A solo unos minutos en coche (o un paseo largo), este es uno de los lugares más bonitos de Asturias. Su mirador es mágico y tiene uno de los bancos con las mejores vistas del mundo.
- Pasear por el pueblo de Cadavedo: Tradición y calma. Casas de piedra, hórreos, y paisajes que inspiran.
- Senderismo por los acantilados: Hay varias rutas costeras que permiten disfrutar de este litoral impresionante.

Dónde comer
- Restaurante El Casino de Cadavedo: Cocina asturiana tradicional con productos frescos y ambiente familiar.
- Casa Narciandi: Una opción rústica y auténtica, ideal para probar fabada o pescado fresco del día.

Dónde dormir
- Hotel Villa La Regalina: Alojamiento acogedor con vistas al valle y cerca tanto del pueblo como de la playa.
- Apartamentos rurales Casa El Caminero: Perfecto si buscas algo con encanto, tranquilidad y cocina propia.
Ruta recomendada
Si estás recorriendo la costa occidental de Asturias, te propongo esta ruta en moto o coche:
Luarca → Cabo Busto → Ermita de La Regalina → Playa de Cadavedo → Playa del Silencio → Cabo Vidio → Cudillero
Una travesía de acantilados, playas vírgenes, pueblos marineros y emociones que solo Asturias sabe regalar.
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MAPA- Ruta mototurística recomendada: Luarca – La Regalina – Playa de Cadavedo – Cudillero
Cómo llegar a la Playa de Cadavedo
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Un lugar que no busca protagonismo, pero cuando lo descubres, se convierte en uno de esos recuerdos que se guardan en el corazón.
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