Dicen que hay hórreos por toda Asturias. Que son muchos, viejos, humildes, de madera y tiempo. Pero también dicen —y yo lo creo— que el hórreo de La Regalina es el más afortunado de todos.

Y no por su tamaño, ni por su antigüedad, ni por los secretos que guarda en sus duelas. Lo es porque vive colgado entre el cielo y el mar, en un rincón que parece esculpido para la quietud, con la mirada puesta en un horizonte de acantilados, espuma y viento. Si los hórreos pudieran soñar, este sería su paraíso.

El hórreo no es solo una estructura de madera. Es la memoria de una forma de vida. Es resistencia, ingenio, herencia. Un templo laico donde los pueblos asturianos guardaban su pan, sus nueces, su maíz, su sustento.

Elevado sobre pegoyos (pilares) de piedra, protegido de la humedad y las alimañas, el hórreo es la arquitectura de lo esencial. Sus tejados a cuatro aguas, sus tallas artesanas, su orientación precisa, lo convierten en un símbolo que habla bajo, pero dice mucho. En Asturias, es casi un tótem. Un estandarte que guarda el alma campesina.

Y el de la Regalina, junto a la ermita y al viejo campo que se asoma al Cantábrico, es el que guarda las vistas más bellas de todos.

Sentarse a su lado, con el banco mirando al mar, es una experiencia que no se olvida. No hay filtros, ni efectos especiales, ni espectáculos programados. Solo el viento, el rumor lejano de las olas, el canto de alguna gaviota despistada… y esa sensación de estar suspendido en un lugar que no pertenece del todo a este mundo.

Parece que el tiempo se detiene. Que todo lo demás queda atrás.
Aquí, el hórreo no solo guarda granos. Guarda recuerdos, historias, silencios, sueños.

El hórreo de La Regalina no está en los catálogos turísticos ni en las grandes rutas organizadas. Está en otro plano. En el de las cosas pequeñas que se hacen inmensas cuando las vives con todos los sentidos.

Un rincón desde donde uno puede entender lo que es Asturias: tierra, mar, respeto, memoria.

Y sí: este es, sin duda, el hórreo con las mejores vistas del mundo.

• Contemplar la puesta de sol desde el banco junto al hórreo. Uno de los más bellos de Asturias.
• Bajar a la playa de Cadavedo (La Ribeirona), visible desde el mirador, para sentir el mar de cerca.
• Recorrer la ruta costera entre acantilados y praderas, ideal para caminar en calma y hacer fotografías.
• Visitar los hórreos del pueblo, cada uno con su propia historia.

• Hórreo de La Regalina
  Comienza el día contemplando el mar desde este balcón de madera suspendido entre cielo y tierra.
• Playa de Cadavedo (La Ribeirona)
  Desciende hasta esta joya encajada entre acantilados. Un baño o un paseo entre verdes y cantos rodados es imprescindible.
• Cabo Vidío
  A tan solo 15 minutos, otro de los balcones naturales más espectaculares de Asturias. El banco más bonito te espera para una pausa contemplativa.
• Playa del Silencio
  Continúa la ruta hasta esta obra de arte natural. Silencio, piedras y mar turquesa. Una belleza virgen sin comparación.
• Cudillero
  Finaliza el recorrido en este pueblo pintoresco. Casas de colores trepando la montaña y un puerto lleno de vida. Ideal para cenar pescado fresco.

Extra tip: Puedes alargar la ruta hacia Luarca si te animas, para cerrar el círculo con uno de los pueblos marineros más encantadores del occidente asturiano.