El chocolate, como lo conocemos hoy, es un manjar con una historia llena de aventuras, exploración y un toque de misterio que lo conecta con civilizaciones antiguas. Aunque su origen se remonta a América Central, donde mayas y aztecas lo consideraban un alimento sagrado, la primera vez que el chocolate llegó a Europa y se convirtió en una bebida fue en el Monasterio de Piedra, un monasterio cisterciense en Nuévalos, España, que ha perdurado desde el siglo XII.

Según la leyenda, el dios Quetzalcóatl fue quien obsequió a los hombres con el árbol del cacao, otorgándoles una fruta que les proporcionaría fuerza y vitalidad. La palabra original para el chocolate era «xocolatl», un líquido espeso, oscuro y espumoso preparado a partir de granos de cacao y mezclado con hierbas y especias, incluyendo pimienta y chile. En su forma original, el xocolatl tenía un sabor amargo e intenso, muy diferente a la versión dulcificada que conquistaría Europa tiempo después.

A comienzos del siglo XVI, los exploradores españoles, liderados por Hernán Cortés, llegaron a tierras mexicanas y se encontraron con el cacao, una fruta valorada y utilizada como moneda en el comercio azteca. En una de sus cartas, Cortés describía este manjar como un alimento que podía proporcionar energía para soportar una jornada entera sin necesidad de alimentarse, lo que demostraba su poderoso efecto calórico. A diferencia de Cristóbal Colón, quien no prestó mucha atención al cacao, Cortés y su séquito supieron ver su valor y llevaron la fruta y la receta a España.

Fue precisamente uno de los hombres de confianza de Cortés, Fray Jerónimo de Aguilar, quien desempeñó un papel crucial en la historia del chocolate en Europa. Como agradecimiento por su acompañamiento en la expedición a México, Cortés pagó a Aguilar con un saco de semillas de cacao, un obsequio que el monje cisterciense decidió enviar a su monasterio en España. En 1520, Fray Jerónimo envió las semillas de cacao, junto con la receta del xocolatl, al abad Antonio de Álvaro en el Monasterio de Piedra. Así, el monasterio se convirtió en el primer lugar del Viejo Continente donde el cacao fue preparado y consumido en forma de bebida, sentando las bases para lo que sería el chocolate a la taza europeo.

El Monasterio de Piedra, rodeado de cascadas y el maravilloso paisaje del lago del Espejo, fue el escenario de los primeros experimentos culinarios con el cacao. Los monjes, acostumbrados a una vida de austeridad y ayuno, encontraron en el chocolate una ayuda para soportar sus largas jornadas de abstinencia. Defendían que, al no estar mencionado en el Antiguo Testamento, el chocolate no debía considerarse un alimento, lo que les permitía consumirlo sin romper el ayuno litúrgico. Así, el poder calórico del cacao se convirtió en un recurso invaluable para los monjes.

Sin embargo, el sabor amargo del cacao puro no era del agrado de los europeos. Pronto, los monjes comenzaron a experimentar con la bebida, añadiéndole azúcar, vainilla y canela, ingredientes que suavizaron su intensidad y dieron lugar al dulce sabor que hoy reconocemos en el chocolate. Este proceso de adaptación del chocolate se documenta en las crónicas del monasterio, y se cree que estos monjes fueron los primeros en Europa en disfrutar de un chocolate endulzado y especiado.

La tradición de elaborar chocolate en el Monasterio de Piedra dejó una marca importante en la historia culinaria de Europa. El chocolate líquido, conocido hoy como chocolate a la taza, se mantuvo en su forma líquida hasta el siglo XIX, cuando comenzaron a desarrollarse nuevas técnicas para convertirlo en el chocolate sólido. Mientras tanto, el consumo de chocolate se extendió por todo el continente, convirtiéndose en una bebida popular entre la nobleza y la aristocracia, que lo adoptaron como símbolo de estatus y placer.

Actualmente, el Monasterio de Piedra rinde homenaje a este pasado histórico con una exposición permanente titulada “Historia del Chocolate”. Esta muestra permite a los visitantes conocer más sobre los inicios de este manjar en Europa, así como revivir el momento en el que el chocolate empezó a formar parte de la vida europea desde un pequeño rincón de España.

La historia del chocolate en Europa comenzó con un viaje largo y lleno de desafíos, desde las selvas de México hasta las cocinas de un monasterio cisterciense en el corazón de España. Gracias a la dedicación y creatividad de los monjes del Monasterio de Piedra, hoy disfrutamos del chocolate en todas sus formas. Este «oro marrón» ha conquistado los corazones de millones de personas, manteniendo vivo el legado de aquellas primeras tazas que humeaban bajo la atenta mirada de los monjes que, sin saberlo, estaban escribiendo una página de la historia europea.

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